ljolettn de la Real ylcademia Gallega 67
figura del Arzobispo Gelm?rez, se levanta con incontrastable empuje,
y cumple a su modo una obra civilizadora, acelerando la aproximaci?n
de Espana al general movimiento de Europa; en que los peregrinos
de distintas y apartadas naciones que ven?an a postrarse ante el sepul
cro del Ap?stol, trajeron a Santiago, con otros g?rmenes no menos
preciosos, la semilla de la nueva poes?a, y en que la lengua gallega,
m?s dulce, melodiosa y flexible que los dem?s romances peninsulares,
ejerci? la hegemonfa en la l?rica, siendo el instrumento adoptado en
los amplios dominios de la castellana, pare la expresi?n po?tica del
amor, de la piedad y de la satire. Tiempos gloriosos, senores, tiempos
gloriosos aquellos en que el canto de Ultreya, entonado por los pere
grinos que con su bord?n y su esclavina de conchas avanzaban por el
polvoriento camino franc?s, al resonar por montes y por valles, se con
fund?a en los aires con el grito de ?Santiago y cierra Espa?a! que lan
zaban al entrar en combate aquellos esforzados e intr?pidos guerreros
que, con la punta de su espada y los botes de su lanza, escribieron en
los pechos de los agarenos la grandiose epopeya de la reconquista de
la patria.
No; no fueron esos sus or?genes, sino la vigorosa innovaci?n del
romanticismo, que rompiendo los moldes cl?sicos e idealizando los
tiempos medioevales, hizo que los pueblos viesen en los anales de su
historia y en las leyendas y tradiciones locales un riqu?simo manantial
?de poes?a, y despert6 y exalt? as? el esp?ritu regional.
De aqu? que la musa obligada de todos nuestros poetas sea el
amor al suelo natal, amor encendido y santo, que inform todas sus
composiciones y palpita en todos sus versos.
Este amor tuvo un altar en el coraz?n de Curros Enr?quez, y esta
muse fu? la que le inspir? las bell?simas composiciones que han in
mortalizado su nombre, la que transformada en ave de p?o dulcisimo y
de alas de nieve, de las que anidan en los campanarios, ba??ndose en
luz celeste y en las ondas del incienso que transciende de la nave, le dict?
la hermosa y encantadora leyenda A Virxe do Cristal, que no tiene
igual on ninguna de las literaturas regionales, y a la que Alfonso el
Sabio hubiera dado lugar distinguido entre sus C?ntigas de Santa
Marla.
Pero ?all, senores!, no fu? ?sta la ?nica musa que inspir? a nuestro
poota; al lado de ella se alz? otra, torva, fiera, a la que alude en su
composici?n Encomenda, cuando dice:
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