.$oleiin de la Real Academia Gallega 171
todo idealismo tiene que perecer, porque forzosamente tiene que ser
cogido y triturado, en cuanto intente abrir y desplegar las potentes
y afiladas alas, las nobles alas de inmensa envergadura, hechas para
filar, soberanas, por los infinitos espacios libres de los cielos?
Si, se?ores; por eso yo no encuentro palabras?todas me parecen
fr?as y carentes de significaci?n?para encomiar el esfuerzo tit?nica
mente rom?ntico, de los denodados miembros de esta Asociaci?n Ini
cidora y Protectora de nuestra Academia. ? Honor, gloria, exalta
ci?n para todos ellos, a quienes me complazco en saludar, con la mano
, oprimiendo el coraz?n emocionado, en la distinguida persona del se
?or don Vicente Ruiz, que con tanto talento, perseverancia y fruto los
preside! ?
Todo se debe a estos hombres. Sin ellos, ?encontrar?an sanci?n,
en estos mom?ntos, los altos y perdurables m?ritos de los nuevos Aca
d?micos, las chispas de cuyos ingenios acaban de pasar, deslumbran
tes, ante vuestros ojos?
No, se?or; suprimidlos, y yo no tendr?a esta noche la satisfacci?n
inmensa de presentaron este retablo magn?fico de gallegos, y de cuba
'? nos que aman de todo coraz?n a nuestra tierra, y de ofrec?roslo para
que lo aclam?is.
Son figuras recias, bien talladas, muy erguidas. En sus ojos,
aun est? el livor amoroso que en ellos pusieron los pensamien
tos que mil veces consagraron a Galicia. Tienen amplios los pechos,
como de luchadores, como escudos. Y es que combatieron muchas ba
tallas por nuestra tierra. Idlos considerando atentamente, uno a uno,
conforme yo vaya recordando a unos, mostrando a otros, en una enu
meraci?n, que por desgracia tiene que ser sucinta, de sus mereci
mientos.
Uno de ellos es Don Secundino Ba?os, gallego por la cuna y cu
bano por la elecci?n serena y bien meditada, realizando as? cabalmente
s?mbolo de la unidad de la raza, que se erige en ?l, bajo el arco triun
fal que forman las dos banderas agitadas por el aliento de un mismo
esp?ritu.
Otro es el Sr. Aramburoi, bien nacido y bien criado aqu?
en Cuba, y, por lo mismo, bizarramente orgulloso de su apellido
de alto abolengo espa?ol. Su pluma, cl?sicamente tajada., como la de
un escritor del siglo de oro, hace resplandecer cada d?a las columnas
de el "Diario de la Marina", ese aguerrido peri?dico que combati? y
combate a toda hora, tan denodadamente, er las avanzadas del pen
samiento hispanoamericano. Los "BaturIi?ios" del Sr. Aramburo son
tan fue? ws?s como lo fueron las "Ch?charas" inmortales de. Maria