Dolelln de la Real Academia Gallega St
No ha querido la Providencia que nuestras ansias, un d?a satisfe
chas, se viesen plenamente colmadas en la sucesi?n de los a?os por una
labor que todos dese?bamos y augur?bamos fecunda y fruct?fera.
Aquellos f?rvidos entusiasmos con que hace apenas un afto le hab?a
mos saludado como al Elegido, aquel fntimo j?bilo popular leg?tima
mente desbordado en un?nimes demostraciones de p?blico alborozo, al
verle al frente de la archidi?cesis que en otros tiempos engrandecieran
los Gelm?rez, los Fonseca y los Rajoy, se? acabaron pronto y brusca
mente. Fu? una r?faga fugaz que vino a deslumbrarnos un instante y
que acaba de apagar repentinamente la Eterna Silenciosa, que est?
siempre al acecho para devorar las vidas m?s preciadas, ceb?ndose al
mismo tiempo en los pueblos, como el nuestro, m?s merecedores ym?s
dignos de sentirse y saberse gobernados por sus propios y leg?timos va
lores espirituales.
La muerte del ejemplar?simo Prelado nos Were en lo m?s vivo y
m?s acendrado de nuestros afectos, de nuestras admiraciones y de
nuestras esperanzas. Porque el sefior Lago Gonz?lez era un cerebro
fulgurante y clarividente y un entendimiento cultivado en todas las
humanas disciplinas; era el pastor dulce y cari??oso; el hombre justo y
santo; el grande entre los m?s grandes y humilde entre los m?s humil
des; el que cautivaba con las doctfsimas manifestaciones de su privile
giado intelecto; el te?logo de vastfsima erudici?n y de alta sabiduria
cristiana; el poeta tierno y excelso que en sus select?simas inspiraciones
?honra de nuestras antolog?as? elevaba y dignificaba nuestra admi
rable lengua nativa; el gallego amant?simo del pals y ferviente enamo
rado de sus progresos y engrandecimientos; el interlocutor cordial con
todos y con todos sencillamente acogedor y afable; era como el hernia
no mayor en quien se cif ran los m?s felices augurios...
Y este sacerdote modelo, este prelado virtuoso y sapient?simo,
este gallego modesto y por tantos t?tulos preclaro, que por ser adem?s
extremadamente caritativo y bueno muri? dulcemente apacible y tran
quilamente pobre como los santos, es el que hoy lloramos todos como
algo que nos honraba, que nos enaltec?a, que nos glorificaba, que nos
llenaba de orgullo y que nos hac?a concebir la fundada esperanza de
un pontificado fecundo en memorables iniciativas, que dejasen mar
cado en las p?ginas de la historia regional el indeleble recuerdo de su
paso y la honda huella de sus vast?simos planes
Por eso, por ver c?mo estos suef?os no han llegado a plasmar en
realidades, lo sentimos todos por igual, porque todos sabemos bien lo
que con 61 se nos va y lo que con 61 hemos perdido.